Esa etapa en nuestros hijos en la que los padres creemos que hay que esperar con paciencia a que crezcan.
Es una cuestión de «Motivación» y «Confianza».
Los primeros que tenemos que estar preparados para esta etapa somos los padres. Nos empeñamos en decir que se trata de una etapa en la que nuestros hijos se «ponen tontos» justificándola con la mítica «revolución hormonal» y eso no es del todo así, ni siquiera en una mínima parte.
Siempre se oye sobre un hijo:
- Es la hormona de la adolescencia, la tiene revolucionada.
- ¡Está insoportable! A ver si crece y se le pasa de una vez.
Pero nunca se oye del padre/madre:
- ¿Estoy preparado para aceptar que está dejando de ser «mi peque» para empezar a convertirse en un adulto?
- ¿Estoy preparado para aceptar ese proceso de cambio progresivo de independizarse que va a ir necesitando mi hijo según vaya creciendo?
- ¿Estoy yo preparado para confiar en él?
Los adolescentes necesitan que confiemos en ellos. A lo largo de su crecimiento les vamos enseñando unos valores que más tarde pondrán en práctica. Les llega una edad en la que ellos mismo necesitan demostrar que empiezan a ser capaces de usarlos autónomamente a pesar de que duden en sus decisiones por sentir inseguridad, por falta de acierto, o por no estar muy seguros de que aquello que sienten es propio de la edad que comienzan a vivir.
Así que la confianza, al igual que la motivación, es muy importante al comienzo de esta etapa en los niños, siendo pieza clave en la adolescencia.
La adolescencia es una gran etapa. Es un momento muy bueno para observar en ellos todo lo que hasta ahora les hemos enseñado y aprovechar para corregir esos pequeños errores que hayamos podido cometer en su educación infantil.
Los padres creemos que la adolescencia es una etapa en la que hay que esperar y que por ello, es un periodo sufrido. ¡Y eso es un gran error!. Puede ser una etapa demasiado larga para esperar. Empieza sobre los 9 ó 10 años aproximadamente y puede durar hasta los 35 años. Quién no ha oído alguna vez a alguien decir a su marido o hermano: «¡Pareces un adolescente!», «¡Buf, estoy casada con un adolescente!» o «En casa tengo 2 adolescentes: mi madrido y mi hijo».
Hay claramente síntomas de la adolescencia en muchos casos a los 35 años. No es una mera etapa de transición entre niño/adolescente sino que tiene su propia identidad. No es una ciclo, es una vida que va cambiando a través del crecimiento y paso del tiempo.
Ese niño que crece y que ya no tiene esa carita de bebé. Ese niño que a los padres nos parecía tan bonito. Que nos venía, nos abrazaba y nos besaba. Que nos necesitaba tanto. Ese niño que aún está dentro, pero que tiende a ser adulto, necesita ocultar un poco esa dependencia de sus padres. Necesita dar sentido a su propia existencia y demostrar que es una personita diferente a ellos, a pesar de que son sus padres los que le han enseñado esos valores y a ser persona. Y es aquí cuando disimula mucho a ese niño que tenía y que sigue teniendo en su interior. Ese niño que necesita convertirse poco a poco en adulto. Y que cuando es adulto, ese niño, vuelve. Y nos abraza y besa de nuevo. Ese niño tiene dentro a ese adulto en el que se va a convertir.
Este tiempo de crecimiento, es una etapa fantástica. Pero hay padres que no estamos preparados del todo para los cambios de este periodo y nos cuesta reconocer a ese hijo diciendo frases tipo como:
¡Me lo han cambiado! ¡No tiene remedio! ¡Ya no le reconozco! ¡Qué ganas de que se le pase de una vez la tontería!
Ante ésto, tenemos clara evidencia de que el niño sabe disimular muy bien porque siente la necesidad de demostrar que va siendo diferente. Está creciendo. Y nos requiere esa confianza a los padres que necesita para seguir su ritmo de crecimiento. Tienen que demostrar que ya van dejando de ser niños. Para que los padres también vayamos siendo conscientes del cambio que en ellos se está produciendo y aceptemos esa transformación en toda su necesidad. Los padres tienemos la obligación de ayudarles a conseguir poco a poco esa independencia autónoma como personitas para su buen desarrollo personal.
La forma tope que tienen de demostrarlo es enfrentándose a los padres porque saben que ellos nunca les van a dejar de querer. Saben que su madre les quiere mucho y por eso se atreven más a enfrentarse a ella que al padre. Y también saben que su padre también les quiere mucho. Aprovechan todas esas circunstancias para ir avanzando en su independencia durante ese proceso de crecimiento.
Hacen como que no escuchan y ponen cara de que no les importa lo que les están diciendo, pero no es así. «Sí» están escuchando aunque no lo parezca. Y más adelante, pasado un tiempo, veremos que nos sacan todas esas enseñanzas y consejos que les hemos ido enseñando y que van reteniendo de nosotros.
Uno de los grandes errores que cometemos los padres es no confiar en ellos y pensar que no nos escuchan.
Ellos saben que lo que nosotros podemos decirles es lo más acertado, así lo dicen las encuestas que contestan ellos mismos. Que lo más importante de sus vidas lo aprenden de sus padres pero necesitan disimularlo para demostrar que son personas diferentes a ellos. Que se van poco a poco haciendo personas independientes, con sus propias ideas y decisiones, sin sujeción a nadie. Creando su propia identidad.
Necesitan NO darnos las gracias. SÍ necesitan demostrar que cada vez son más independientes de sus padres. Van siendo cada día más autónomos, por lo tanto, significa que están madurando.
Tampoco debemos esperar el agradecimiento de un hijo porque, ya ellos, nos agradecerán cuando se establezcan o eduquen a sus propios hijos. Ahí es donde veremos reflejas nuestras propias enseñanzas. Veremos que sí nos escucharon y que lo aplican en sus propias vidas.
¿Qué mejor agradecimiento para un padre que el ver como su hijo repite escuela?
El adolescente no se manifiesta, espera a sentirse adulto. Solo cuando es muy mayor, cuando es muy maduro, cuando ya se siente adulto, es cuando no le importa parecer un hijo. Ya no le importa ser obediente ni le importa cuidar de su padre. Ahora ya no le importa que le vean dependiendo del adulto e incluso hablando bien de él porque ya no siente peligro. Ya es maduro. Ya se siente seguro y ya tiene reconocimiento. Pero hasta entonces es normal que disimule.
A veces vemos niños en conflicto con sus padres. Esto puede deberse a una sobreprotección. Niños que igual no aprendieron a valorar, a querer de verdad. Son pocos los casos, pero se dan.
Otros casos se pueden observar en condiciones adversas como en los casos de separación o divorcio. Sobretodo cuando son divorcios muy conflictivos, dónde los hijos suelen ser el saco de las bofetadas que se reparten los padres. O en la monoparentalidad, por la pérdida de uno de ellos, ya sea por muerte o caso de abandono. Aquí, el niño tiene que adapatarse a las circunstancias. Aprender a vivir su nueva condición de vida. Y toca por parte de los padres tener mucha paciencia por ser los adultos, ya que ellos por su corta edad, no tienen fácil encontrar las herramientas adecuadas ni tienen la experiencia de vida suficientes para hacerle frente a una situación que les viene dada. Y que les toca vivir. Y de la que no son en absoluto, ni un mínimo, culpables. Cualquier cambio fuerte que pueda generar una ruptura en su ritmo habitual de vida puede ser motivo de enfrentamiento con los padres o alguno de ellos debido a que eso les produce inseguridad y les hace sentir mucho miedo por la inestabilidad y el desorden que se les producen.
Por lo general, los adolescentes quieren a sus padres aunque la forma que tienen de demostrarlo no sea la más adecuada. Los padres tenemos la obligacón de ponérselo fácil.
Si los padres emitimos mal, ellos reciben mal. En ocasiones no sabemos mantener buena comunicación con ellos. Bien porque no sabemos como hacerlo o bien por otras causas en las que no nos encontramos anímicamente bien, por las circunstancias que en ese momento nos rodeen, y no acertamos en la comunicación. ¡Y ésto, es muy importante!.
Nuestros hijos no nacen inteligentes sino que se hacen inteligentes aprendiendo. Maduran según van creciendo y según nosotros vamos dándoles libertad. Todo ello en función de su propia experiencia de vida.
Acércate mucho a tu hijo. Sé paciente. Escúchale atentamente. Intenta comprenderle y gánate su confianza para que así él te corresponda con ésta misma. No por ello, por acercarte más a él, te perderá el respeto. Todo lo contrario, ganará más admiración en ti y eso le hará tenerte como el mejor de los ejemplos a seguir.
El niño que no traiciona a sus padres, luego será ese adulto que antes ha sido bien cuidado por sus propios padres.